Calle Activa

Lo que estamos perdiendo por no conectar bien nuestras calles (y nuestros datos)

ITZIAR NAVARRO

¿Cuánto estamos perdiendo en actividad económica por no crear calles caminables y bien conectadas?

¿Cuánto estamos perdiendo en eficiencia urbana por no integrar el análisis espacial y los datos en la toma de decisiones?

La respuesta breve es: muchísimo. Pero vamos a desarrollarlo.

La economía local empieza en la acera

Cuando hablamos de revitalizar barrios o impulsar el comercio, solemos pensar en ayudas económicas, reformas de locales o campañas de dinamización.

Pero rara vez se mira el problema desde el principio: la red de calles.

Una calle bien conectada, caminable, visible y activa es una calle que genera flujo peatonal. Y el flujo peatonal es el oxígeno de cualquier comercio.

Los estudios realizados desde la Sintaxis Espacial demuestran que las calles más integradas —es decir, mejor conectadas dentro de la red urbana— concentran más actividad económica, más vigilancia natural, más interacción social y más diversidad de usos.

No es una correlación anecdótica: es una relación estructural.

Por el contrario, muchas ciudades aún repiten modelos de planificación heredados del siglo XX, donde el diseño urbano se hace mirando los edificios, no el espacio entre ellos. Así es como surgen calles muertas, accesos laberínticos, retranqueos, aceras invisibles y esquinas sin vida.

Y luego nos preguntamos por qué no funcionan los negocios.

Cada calle que no se camina es una oportunidad perdida de intercambio económico y social.

Los datos están, pero no los usamos (bien)

Hoy tenemos a nuestra disposición tecnologías que nos permiten leer la ciudad como nunca antes: sensores, movilidad GPS, imágenes satelitales, big data, modelos predictivos.

Pero la clave no está en recolectar datos por recolectar, sino en entender qué estructura los ordena.

Ahí entra el análisis espacial: una disciplina que permite comprender cómo se comporta el espacio urbano en relación con las personas. A través de mapas de integración, jerarquías de conectividad y simulaciones de movimiento, podemos anticipar qué calles serán más transitadas, cuáles fomentarán usos mixtos, dónde conviene colocar un servicio público o qué espacios necesitan intervención y dónde/cómo realizar esa intervención.

Y sin embargo, muchos planes urbanísticos siguen realizándose con herramientas del siglo pasado: planos estáticos, criterios subjetivos o decisiones políticas sin evidencia detrás.

¿Qué estamos perdiendo? Tiempo, dinero, eficiencia, bienestar y, lo más grave, confianza en la planificación urbana.

¿Y si conectamos los dos puntos?

La calle no es solo una infraestructura, es una herramienta para nuestro progreso y bienestar.

Es una unidad básica de la economía y también una variable espacial clave que deberíamos tratar con el mismo rigor con el que tratamos el bienestar y la vitalidad de la ciudad.

Si conectamos el análisis espacial con los modelos económicos, con la movilidad peatonal, con los hábitos reales de las personas, podemos transformar radicalmente la manera en que diseñamos y evaluamos la ciudad.

No se trata de más tecnología. Se trata de mejor inteligencia urbana.

¿De verdad nos podemos permitir éstas pérdidas?

Cada calle mal conectada es una oportunidad perdida. Cada decisión urbana sin datos ni estructura es un coste oculto.

En un momento donde necesitamos de la economía, la vitalidad y la libertad, seguir ignorando la estructura espacial de nuestras ciudades y el valor del análisis urbano riguroso es no solo ineficiente, sino irresponsable.

La buena noticia es que tenemos el conocimiento, las herramientas y los datos para hacerlo mejor. La pregunta es: ¿Cuánto más vamos a esperar?

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